El 24 de septiembre de 1988, el canadiense Ben Johnson ganó la medalla de oro en los 100 metros llanos de los Juegos Olímpicos de Seúl, pero luego se comprobó que había tomado anabólicos y fue descalificado.
Ben Johnson se venía perfilando para destronar a Carl Lewis, el velocista norteamericano más importante a nivel JJOO desde los tiempos de Jesse Owens. Y el 24 de septiembre de 1988, en la pista del estadio olímpico de Seúl, Johnson lo confirmó y llegó a la cima del mundo: ganó la medalla de oro de los 100 metros llanos y, además, batió el récord mundial.
Con 26 años, Ben Johnson, nacido en Jamaica pero nacionalizado canadiense, país al que emigró a los 14 años y al que representó en los JJOO de Seúl, se consagraba campeón olímpico y pasaba a ser el hombre más rápido del mundo. Todos le miraban el número en la espalda y las grandes marcas, en pocas horas, le llenaron los bolsillos de dinero.
Sin embargo, no pasaron más que dos días hasta que el resultado del control antidoping fue concluyente: Ben Johnson había dado positivo de estanozolol, un anabólico que potenciaba su musculatura. Dicho de otro modo: una droga que lo había ayudado a correr más rápido. Rápidamente, el campeón olímpico se convirtió en el campeón de la trampa.
El campeón de la trampa: la rivalidad con Carl Lewis y las dudas de Ben Johnson
El número que consiguió Ben Johnson en los 100 metros llanos de los JJOO de Seúl 88 fue para colgar en un cuadro: 100 metros en 9,79 segundos, una marca que mejoraba los 9,83 vigentes hasta ese momento como récord mundial (actualmente, el récord olímpico es de Usain Bolt, con 9,69 segundos en Beijing 2008, y el récord mundial, en Berlín 2009, también es del jamaiquino, con 9,58).
Pero aquel número conseguido en la pista de Seúl por Ben Johnson se evaporó tan rápido como su buena fama. Y como un puñal, que además de tenerlo clavado se removió dentro de la herida, Johnson vio cómo la medalla de oro y los laureles olímpicos se colgaban del cuello de su archirrival, el estadounidense Carl Lewis.
De inmediato, el canadiense le apuntó directamente a Lewis y a su equipo de haberlo perjudicado. Johnson afirmaba que le habían alterado la muestra de orina y desde ahí defendía su inocencia, argumento que fue ignorado por el COI.
Hubo que esperar varios años hasta que un Ben Johnson más maduro y reflexivo, aunque no menos indignado, admitió que sí había consumido durante su preparación drogas para mejorar su rendimiento. Pero, indirectamente, volvió a apuntar contra su enemigo, aunque sin nombrarlo: “Todo el mundo me señaló como un tramposo, pero yo no fui el único que hizo trampa”.
La sanción que le aplicaron a Ben Johnson fue de dos años y a partir de septiembre de 1990 estuvo en condiciones de regresar oficialmente a las pistas. Con casi 29 años, el velocista estaba lejos de ser ya no el campeón de la trampa en Seúl 88 sino el joven que había alcanzado el bronce en Los Ángeles 84. De hecho, intentó participar en Barcelona 92 pero ni siquiera logró superar las pruebas de clasificación y llegar a la final de los 100 metros.
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