El 30 de julio de 1977, Carlos Monzón derrotaba -en fallo unánime- al colombiano Rodrigo Valdés en una pelea disputada en Montecarlo. Era la revancha del combate realizado un año atrás y el santafesino ponía fin a su exitosa carrera como campeón indiscutido de los medianos, alcanzando las 14 defensas de sus títulos AMB y CMB, las únicas entidades que existían en aquel momento.
“Estoy cansado de todo. De las peleas, del gimnasio, de los sacrificios. Creo que hice los méritos suficientes como para irme por la puerta grande del boxeo. A esta decisión la pensé bastante, no lo voy a negar… “, había dicho Carlos Monzón antes de partir rumbo a Europa donde haría la puesta a punto final de la revancha ante el colombiano de Cartagena.
El año anterior, ‘Escopeta’ derrotó a Valdés, unificando los títulos de las 160 libras (72,574 kg.). En el `74 le quitaron el cetro del CMB y solo lo reconocía la AMB. Carlos reparó en el ring, una injusticia decretada en un escritorio. Eran años de puja entre ambas entidades y promotores que se alineaban a uno u otro lado, según conveniencia.
Todos querían la revancha
En este marco y, por la enorme repercusión mundial que había tenido la primera pelea entre ambos, la revancha se convirtió en el sueño de muchos promotores. Sólo dos días después de que Carlos unificara los cetros, el español José Luis Martín Berrocal ofreció montar Monzón-Valdés II en Manila, Filipinas. Por su parte, el italiano Rodolfo Sabbatini –junto con el estadounidense Bob Arum y su empresa promotora Top Rank– también se anotó entre los interesados en organizar el desquite.
A Carlos, saturado del boxeo –era profesional desde 1963, campeón mundial desde 1970 y, también, le interesaba más su carrera cinematográfica que sudar en un gimnasio–, solo una bolsa irresistible lo haría combatir nuevamente con Valdés. Y fue la más alta de su carrera: 500.000 dólares libres de impuestos, a los que se agregaron distintos ingresos publicitarios, más derechos televisivos y radiales. Así y, luego de interminables marchas y contramarchas, el nuevo duelo con Rodrigo Valdés quedó agendado para el sábado 9 de julio de 1977 y, “pase lo que pase, me retiro”, había adelantado el campeón.
La postergación por una lesión
El lunes 27 de junio de 1977, cuando faltaban solo 12 días para la revancha con Valdés y, mientras el sanjavierino se entrenaba en el gimnasio Flaminio de Roma, se produjo un hecho que obligó a postergar tres semanas el combate. Mientras guanteaba con el sparring italiano Franco Saputo –quien, por entonces, tenía 23 años y cuatro peleas rentadas–, un golpe ascendente de este obligó a detener el trabajo: el rey indiscutido de los 72,574 kilos sufrió un corte en el arco superciliar izquierdo. El doctor Roberto Paladino, uno de los médicos de Monzón, estimó que “pronto va estar bien pero, al 9 de julio, no llega”.
Rodolfo Sabbatini, promotor de la pelea, fue quien le avisó al equipo de Valdés, quien estaba en Bordighera (el mismo complejo en la Riviera italiana donde Monzón se había entrenado para enfrentar a Griffith, en Montecarlo, en 1973), sobre la herida del campeón. Luego de febriles negociaciones, las partes acordaron en que el choque tendría lugar el sábado 30 de julio siguiente.
Carlos tenía por entonces 34 años, 11 meses y 22 días, y una carrera de 99 peleas, de las cuales se había impuesto en 86 (59 antes del límite), empatado nueve, perdido tres y contaba con una sin decisión. No conocía la derrota en los últimos 12 años, nueve meses y 21 días, cuando el puntano Alberto del Carmen Massi le GPP 10 en Córdoba el viernes 9 de octubre de 1964. Sus 181 centímetros imponían respeto sobre el colombiano, quien tenía 30 años, medía 1,76 metro y, a la fecha, sumaba 66 peleas.
Con 59 victorias en su haber (39 por la vía rápida), cinco caídas y dos empates, buscaba revancha ante quien le había cortado una racha de cinco años y 11 meses sin perder, con 27 triunfos consecutivos, cuando lo derrotó el 26 de junio del año anterior. Y, encima, que lo dejó sin el título CMB.
Un combate inolvidable
La pelea del sábado 30 de julio de 1977 tuvo lugar nuevamente en el estadio Louis II de Montecarlo donde, entre otros, asistieron el príncipe Raniero III, los actores Jean-Paul Belmondo (incondicional seguidor y fanático de Monzón), Yves Montand, Omar Sharif, Mireille Darc (esposa de Alain Delon), Ugo Tognazzi, Sofía Loren, David Niven y el magnate naviero griego Stavros Niarchos. La entrada más cara costó 250 dólares (hoy, en Las Vegas, un ringside oscila entre los 2000 y 3000, aunque hubo casos de valores mayores) y se habilitaron 12.500 localidades, lo que posibilitó una recaudación de 386.234 dólares (con la televisión y publicidad la cifra se incrementó casi hasta el millón).
Si el primer choque entre ambos había concitado la atención de todo el mundo, este lo superó largamente. Fueron acreditados 150 periodistas y, al borde del ring, solo hubo lugar para 12 fotógrafos. En total, la megapelea llegó a casi 200 países a través de la señal que emitió la cadena estadounidense CBS.
La inactividad de un año, un mes y cuatro días de Carlos hizo suponer a muchos que esta pelea sería aún más riesgosa que la anterior y, por eso, algunos volvieron a posar la lupa sobre el oriundo de San Javier a la hora de subir a la balanza. Pero, en otra muestra de que a la hora de entrenar fue un profesional extraordinario, Escopeta no tuvo problemas para encuadrarse en la categoría, ya que registró 72,100 kilos, mientras que Valdés dio 71,800 y no repitió el papelón del año anterior, cuando se excedió del límite de los medianos por 160 gramos y debió pesarse dos veces.
Antes del inicio de la pelea, había llovido copiosamente en el principado. Al igual que en 1976, el colombiano ascendió primero al cuadrilátero. Esta vez utilizó pantalones blancos, a diferencia del choque anterior, donde usó unos rojos con vivos amarillos, mientras que Carlos, como siempre, vistió los inconfundibles negros azulados –y ambos pelearon con guantes amarillos, y no negros como el año anterior–, seguido por el británico Roland Dakin, el árbitro del choque.
“Ahora sí … Nunca más. Esta fue mi última pelea”
Desde que campana llamó al inicio de las acciones en el 1º round, Valdés llevó la iniciativa del choque y, en el 2º capítulo, conectó un cross de derecha en la mandíbula de Monzón, que le provocó al santafesino la primera –y única– caída en su fabuloso reinado, que se compuso de 14 defensas. ‘Escopeta’ sintió flojas sus rodillas y, con estas y sus guantes, tocó la lona. Aunque se reincorporó instantáneamente y levantó sus brazos en señal de estar bien –de hecho fue así–, recibió la cuenta de protección de 8 de Dakin.
A partir de allí, Monzón se plantó decididamente en el centro del ring y con su reconocida fórmula –izquierda en punta repiqueteando sobre el rostro de su adversario, y la derecha lista para entrar a fondo–, fue ganando asaltos y puntos en las tarjetas de los jueces. En el mundo del boxeo es bien sabido que no es fácil remontar una caída ante los mismos y, por ello, a partir del 8º round, el sanjavierino buscó el nocaut que definiera la pelea.
Estuvo cerca al final de la 9ª vuelta cuando Valdés llegó a su rincón con un ojo cerrado, sangrando de su labio inferior y sentido, en una paliza que continuó en el 10º, cuando las piernas del moreno flaquearon en varias oportunidades y, tras recibir una dura derecha en punta, sufrió un corte en su ceja izquierda.
Por su parte, Carlos tenía un corte en el lado izquierdo de la nariz, sobre el puente de la misma, y fue la única vez que alguien le provocó este tipo de herida en una pelea titular.
Ese 10º round terminó de desequilibrar el combate a favor de ‘Escopeta’ porque, a pesar de evidenciar una notable guapeza y coraje, Valdés estaba quebrado. Los últimos cuatro asaltos de una pelea mundialista –del 12º al 15º y muy bien llamados “los rounds del campeón”–, obligaban al más grande de los esfuerzos porque, muchas veces, en esta etapa se podía definir un combate. No sólo por una cuestión de reservas físicas sino, también, anímicas.
Monzón, un grande con mayúsculas, dominó el resto y se quedó con la decisión unánime de los jueces: Dakin dio 144-141; el italiano Mario Poletti, 145-143 y, el alemán Heinz Halbach, 147-144. Cuando todo había terminado, Carlos –a quien le faltaban solo siete días para cumplir 35 años– se abrazó con Amílcar Brusa y le dijo: "Fue la última, Maestro", a lo que su hacedor le respondió: "Está bien Carlos, pero nada de volver", pedido que ‘Escopeta’ cumpliría a rajatabla y que ni siquiera pudo cambiar la bolsa de tres millones de dólares que le ofrecieron en 1979 para medirse con el zurdo estadounidense Marvin Hagler, quien deseaba una pelea con el sanjavierino.
Luego, Monzón llamó a Tito Lectoure, quien estaba en el ringside. Este subió al cuadrilátero, se confundieron en un gran abrazo y, hablándole al oído, muy emocionado, Carlos le dijo: “Ahora sí, Tito. Nunca más. Esta fue mi última pelea”.
Julio M. Cantero
Fuente y fotos: www.airesdesantafe.com.ar
Video: YouTube