El 12 de julio de 1975, José ‘Mantequilla’ Nápoles y Armando ‘Mando’ Muñiz volvieron a verse las caras en el Palacio de los Deportes de Ciudad de México. Fue la revancha de una pelea que ya era leyenda por su polémica, y también la última victoria profesional de Nápoles, que se impuso con autoridad y defendió su título mundial welter del CMB.
Desde el arranque, Nápoles impuso condiciones: más certero, más ágil, más campeón. En el octavo round, derribó a Muñiz con una derecha seca que marcó el quiebre del combate. Aunque el estadounidense (pero nacido en Chihuahua, México) se levantó y terminó de pie, los jueces no dudaron esta vez: fallo unánime para el campeón, que bajó del ring ovacionado y sin cuestionamientos.
Pero esa noche no se puede contar sin mirar hacia atrás. A fines de marzo del mismo año, la primera pelea entre ambos había encendido las alarmas: Muñiz dominó buena parte del combate, provocó cortes visibles en el rostro del campeón desde el primer asalto y pareció tener la victoria en sus manos. Sin embargo, el fallo favoreció a Nápoles, despertando acusaciones de ‘robo’ que aún resuenan. No eran infundadas: Nápoles era ícono popular, doble campeón mundial, y además compadre de José Sulaimán, quien meses después asumiría como presidente del CMB. El respaldo institucional no era sólo simbólico. Aquella noche, ‘Mantequilla’ debió renunciar al cetro AMB, ese fue el costo.
Muñiz, por su parte, nunca logró coronarse campeón, pero el tiempo le dio un reconocimiento que ni los jueces pudieron quitarle. Años después, presidió el Salón de la Fama del Boxeo, un espacio reservado —irónicamente— para campeones, entre los que él nunca estuvo por decisión oficial.
La revancha del 12 de julio fue justa, sí. El campeón ganó bien, pero para Muñiz, el daño ya estaba hecho.