El 20 de octubre de 1976, Diego Armando Maradona debutaba en Primera División en la derrota de Argentinos Juniors ante Talleres de Córdoba por 1-0. El correr de los años multiplicó a niveles inimaginables los 7.736 espectadores que concurrieron ese miércoles por la tarde a ver al equipo de La Paternal en el viejo estadio de Boyacá y Juan Agustín García.
En La Paternal, una tarde de primavera, algo luminoso estaba por comenzar. Eran las 16.30 del 20 de octubre de 1976 cuando un chico flaco, de pelo rizado y pantalones que le quedaban grandes, recibió la orden que lo lanzaría al mito.
—¿Te animás? —le preguntó el técnico Juan Carlos Montes.
—Sí, profe. —respondió el pibe, con una sonrisa tímida.
—Bueno, entrá… y la primera que toques, tirá un caño.
El pibe tenía 15 años, once meses y veinte días. Se llamaba Diego Armando Maradona, llevaba la camiseta número 16 y era, desde ese instante, el debutante más joven en la historia del fútbol argentino.
Argentinos Juniors perdía 1 a 0 frente a Talleres de Córdoba. En el vestuario, la tensión se cortaba con los tacos. Montes miró al banco, buscó esos ojos llenos de fuego y decidió. Diego entró a la cancha y el destino se puso de pie.
El primer toque, el primer caño, el primer asombro.
Dicen los que estuvieron en la cancha ubicada en el barrio de La Paternal que apenas tocó la pelota, Maradona tiró un caño. Algunos aseguran que fue en la línea, otros en la mitad de cancha, y hay quien jura que fue para provocar la amarilla del rival. No importa: el fútbol argentino había visto nacer algo irrepetible.
En las tribunas, un murmullo se transformó en aplauso. No era solo la gente de Argentinos; también los cordobeses lo reconocían. El chico jugaba con una naturalidad que desafiaba la lógica, con la insolencia de quien no sabe todavía que es un genio.
Un hincha recordaría después: “No sabíamos si iba a jugar, pero cuando entró y la tocó tres veces, todos nos paramos. Hizo un sombrero, pasó entre dos y remató de zurda. La pelota pasó cerca del palo. Hasta los de Talleres aplaudieron”.
El padre, don Diego, llegó justo a tiempo desde la fábrica para verlo entrar. La madre, doña Tota, esperaría en casa, sin saber que su hijo ya era noticia en los diarios del jueves. “La entrada del chico Maradona le dio movilidad al ataque”, escribió Clarín. “Su atrevimiento fue el eje del conjunto”, destacó La Razón. “La gente aprobó su ingreso”, anotó La Prensa. Solo La Voz del Interior erró el apellido: lo llamó “Maladona”.
Argentinos perdió 1 a 0, pero a nadie le importó. En el vestuario, los compañeros lo felicitaron uno por uno. Diego guardó la camiseta en su bolso y, esa misma noche, se la regaló a su madre.
En siete fechas sería titular para siempre. En unos años sería campeón del mundo. Y para siempre, sería Maradona.
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