
A cinco años de su partida, Diego Armando Maradona sigue siendo venerado como mito universal: ídolo, santo popular y símbolo de resistencia que trasciende generaciones y geografías.
El 25 de noviembre de 2020, el mundo se detuvo para despedir a Diego Armando Maradona. Su muerte no significó el final de su historia, sino el inicio de una dimensión distinta: la de un mito que se resignifica en cada rincón del planeta.
Maradona fue mucho más que un futbolista. Su figura se convirtió en objeto de fe, con fieles que lo veneran como si se tratara de un santo. La Iglesia Maradoniana, los altares improvisados en Nápoles, los murales en Buenos Aires y las peregrinaciones a Villa Fiorito son testimonios de una devoción que no necesita de razones, porque la fe se sostiene en la emoción y en la memoria colectiva.
El ‘viacrucis maradoniano’ recorre estaciones que van desde la humildad de Fiorito hasta la gloria del Estadio Azteca, pasando por Nápoles, Segurola y Habana, y La Bombonera. Cada lugar se transformó en santuario, cada episodio en parábola de un Dios humano: tan perfecto como poluto, tan adorado como cuestionado. Su vida fue un camino de luces y sombras, pero siempre cargado de verdad y autenticidad.
La relación de Maradona con lo religioso también fue singular. Su vínculo con el Papa Francisco, su crítica a las estructuras de poder y su identificación con los sectores populares lo convirtieron en un símbolo de resistencia y esperanza. Diego fue canonizado en vida por quienes lo siguieron, y su muerte solo reforzó esa condición de divinidad terrenal.
A cinco años de su partida, Maradona sigue siendo D10S: un mito que trasciende el fútbol, que se instala en la cultura popular y que se resignifica en cada homenaje. Su legado es un recordatorio de que la pelota no se mancha, y que la idolatría puede convertirse en una forma de identidad colectiva.
Fuente: www.tycsports.com
Foto: Getty Images
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