BOXEO - Muhammad Alí vs. ‘Ringo’ Bonavena, una pelea de antología

El 7 de diciembre de 1970 en el mítico Madison Square Garden de la ciudad de Nueva York, Muhammad Alí y Oscar ‘Ringo’ Bonavena se enfrentaron en unas de las peleas más recordadas del boxeo que tuvo al país en vilo hasta el último round. Alí ganó por nocáut técnico en el 15° pero ‘Ringo’ conmovió más de una vez a la Leyenda y se recibió de guapo.

El país estaba desierto. Nadie caminaba por las calles de sus ciudades y sus pueblos. Nadie. Las rutas estaban vacías. Los cines suspendieron funciones, los restaurantes cerraron sus puertas. Si hubiese sido una película del Oeste, un western, un fardo empujado por el viento sería lo único con vida, con movimiento por las calles. 

Pero todos los argentinos estaban despiertos. Y sentados, de a muchos, frente al televisor. 79.3 puntos de rating. Durante años la transmisión televisiva con mayor audiencia del país (recién la desplazaron los penales frente a Italia en el Mundial 90). Era la noche del lunes 7 de diciembre de 1970 y Oscar ‘Ringo’ Bonavena enfrentaba a Muhammad Alí. 

¡Chicken, chicken! le gritaba ‘Ringo’, con su voz aguda, bien finita, a su rival en el pesaje. Alí solía ser superior a todos sus rivales, en el terreno dialéctico y de lo que todavía no se llamaba Show Mediático, los apabullaba. Pero no esa vez. Él inventó eso de hablar socarrona y hasta despectivamente de sus rivales. Las rimas, los autoelogios, las denostaciones (llegó hasta el punto de que sus dichos fueran discriminatorias aunque a nadie le importaba demasiado por esa época) y, por supuesto, de su mayor gracia: del anuncio, de la profecía, que consistía en predecir en qué round derrotaría a su rival. 

“En el 9”. Eso repetía, pletórico, frente a Bonavena señalando con arrogancia a su rival. Ringo respondía. Con todo. Le decía Clay, Clay; lo llamaba por su anterior nombre: no eran para él esas cuestiones de las autopercepciones. Después le dijo Chicken, Negro y otras cosas. Como había vivido un tiempo, al principio de su carrera, en Estados Unidos, Ringo manejaba algunos rudimentos de inglés. Con eso le bastaba para ofender a su rival, no sólo para seguirle el juego sino para doblar la apuesta. Y cuando necesitaba ayuda porque algún improperio o alguna frase con sarcasmo escapaba a su inglés, recurría a Ernesto Cherquis Bialo, el periodista enviado por la revista El Gráfico, que estaba a su lado.

En un momento, Alí puso en marcha otra parte de su show y simuló enojo y amagó pasar a la agresión física. Ringo rió para sus adentros, era lo que estaba esperando. Mientras ese Alí fanfarrón, que dejaba todo para que los periodistas tuvieron una buena foto, un buen título, hacía su show, ‘Ringo’ simuló estar enojado y amagó a tirarle un golpe, Alí tiró su cuerpo para atrás, metió la cabeza entre sus hombros y la giró para protegerse. ‘Ringo’ retuvo la mano y comenzó a reír con estruendo. Había atrapado al rey del juego psicológico y del manejo ante los medios. Y Bonavena retomó su latiguillo preferido, mientras le hacía montoncito con los dedos: “¡Chicken! ¡Chicken! Arrugaste, Negro". 

El origen del enfrentamiento 

Muhammad Alí, campeón del mundo de los pesados, había sido despojado de su título tres años y medio antes por negarse a combatir en Vietnam. Un escándalo y una injusticia deportiva. Hubo una eliminatoria para designar a su sucesor. Bonavena participó de ese grupo de 8. Perdió en las semifinales contra Jimmy Ellis, que terminaría siendo el campeón. Luego fue destronado por Joe Frazier, que en 1970 seguía siendo el campeón.

Cuando la sanción fue levantada, Alí intentó volver rápido a los rings, quería recuperar el tiempo perdido. A fines de octubre del 70 fue su primera pelea de la segunda etapa. Derrotó en el cuarto round a Jerry Quarry. 45 días después enfrentó a ‘Ringo’. El objetivo de Alí era volver a tener la oportunidad de pelear por el título del mundo. Para eso debía tomar ritmo. Y demostrar que podía seguir boxeando después del parate. 

Su manager buscaba rivales experimentados, que no fueran paquetes, pero que tampoco fueran peligrosos para su púgil mientras se ponía en condiciones para enfrentar a Joe Frazier.

Bonavena entendió eso desde el principio y supo que él sería un gran contrincante, pero que nunca sería un partenaire. Supo, casi como ningún otro, que esa era la oportunidad de su vida. Nunca iba a ganar tanta plata, nunca iba a tener la gloria tan cerca, nunca iba a recibir tanta atención. 

Alí se convirtió en su obsesión. Puso a todo el mundo a moverse para que la pelea se concretara. Muchos le decían que no le convenía. Que Alí iba a ganar mucho más plata, que no iba a poder ganar, que el negocio Ali- Frazier era tan grande que no le iban a permitir evitarlo, que él que estaba acostumbrado a ser el centro sería, en ese caso, una segunda figura. A ‘Ringo’ no le importó. Y cuando le confirmaron el combate fue el hombre más feliz del mundo. 

El cachet fue muy bueno: 180.000 dólares (1.500.000 dólares de la actualidad). Pero a Ringo le importaba otra cosa. Por unos días, por unas horas, estaría en el centro del mundo. Todos hablarían de él.

Desde su pelea con Peralta, ‘Ringo’ había salido en tapas de revistas, había grabado discos, había tenido un programa de televisión en el que su mamá Doña Dominga cocinaba los ravioles del domingo, había sido primera figura en el teatro de revistas, entre muchas otras cosas. Pero esto tenía otra dimensión. 

Se entrenó a conciencia. Estaba dispuesto a no hacer papelones. Quería dar la talla y si podía derrotar a Alí. Nadie pensaba que eso fuera posible. Él sí, estaba convencido de que podía ganarle. 

Unos días antes de su viaje convocó a los periodistas frente a la embajada de Estados Unidos en Buenos Aires. Les dijo que estaba allí para preguntar qué pena le tocaba si llegaba a matar a Alí (‘Ringo’ dijo “Si asesino al grone”) sobre el ring. El día de su partida, el avión tardó en despegar. Hubo una amenaza de bomba que luego se supo que fue fruto de una llamado del propio Ringo para poder decir que “Clay trató de reventar mi avión porque me tiene miedo, porque sabe que lo voy a reventar a trompadas”. 

En Estados Unidos siguió el show, hasta llegó a parar el tráfico de la Quinta Avenida. Pero puertas adentro, sus allegados lo veían serio, concentrado y hasta preocupado. No quería pasar papelones. Alí ya era una figura mítica que imponía respeto. 

Luz, cámara, acción 

Llegó la noche del 7 de diciembre y todo el país se sentó a mirarlo por televisión. En la transmisión oficial de la televisión argentina, además de los periodistas profesionales, oficiaron de comentaristas Carlos Monzón y Eduardo Lausse. 

Era una incógnita el estado físico de Alí después de los tres años y medio de quietud. De su genio atlético y boxístico nadie podía tener dudas. Los primeros rounds lo mostraron dominante. Bailaba con el juego de piernas perfecto. Estaba veloz y lúcido. ‘Ringo’ aguantaba y trataba de pegar al cuerpo. Su plan era que pasaran los rounds para que Alí perdiera vitalidad, para que se cansara y ya no pudiera bailotear. 

Los rounds fueron pasando y Alí se fue apagando. Lo que nadie sabía era que esa era la versión que verían de él de ahí en adelante. Ya no flotaba sobre el ring. Pero se pararía a aguantar golpes y a lanzarlos. Agregando otra dimensión a su bagaje: el coraje sin igual. Frazier, Foreman, Ron Lyle, Leon Spinks o Ken Norton serían rivales que le dieron trabajo y lo castigaron pero que se enfrentaron a su genio y a su valentía única. 

Hasta que llegó el noveno round, el del vaticinio de Alí. Hubo intercambios feroces. Pero el que cayó fue Alí. El referí dijo que se trató de un resbalón aunque hubo una mano de Ringo que lo desequilibró. Segundos después otro gran derechazo y Alí quedó sentido, abrazando a su rival para que los segundos pasaran. 

Los rounds fueron pasando y ‘Ringo’ seguía aguantando y tirando golpes. Estaba abajo en las tarjetas pero la pelea era mucho más pareja de lo esperado. 

Al terminar el round 14, el penúltimo, en su rincón le pidieron que no arriesgara, que aguantara esos tres minutos que ya terminaba la pelea. ‘Ringo’ no hizo caso. No había llegado hasta ahí para conformarse. Saldría a buscar el triunfo. 

Y eso hizo. Cambiaron golpes casi sin protegerse hasta que Muhammad Alí logró derribarlo. ‘Ringo’ se levantó, pero otras dos veces Alí lo tiró -siempre se quedó parado al lado de él, nunca se dirigió al rincón neutral- y segundos antes de que se cumpliera el tiempo del decimoquinto y último round, la pelea terminó. 

No hubo reproches para Bonavena. Había demostrado coraje y estar a la altura. “Going the distance” dice Rocky Balboa en Rocky. Dar la talla. Y Ringo hizo algo más. No se conformó con la derrota digna, salió a buscar la gloria.

Fuente: www.tn.com.ar

Foto: AP

Video: YouTube

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